Jesús llevó a juicio al ámbito que Él llamó “abajo”. Verán, Él no aniquiló ni disolvió al hombre natural, ni tampoco hizo que dejara de existir; hizo algo más severo, lo separó de Dios. Por favor, entiendan esto: La cruz no arregla a Adán; la cruz no arregla la creación caída. Creo que a veces pensamos que la cruz reconcilia a Adán con Dios, pero eso no es cierto. La cruz no reconcilia a Adán con Dios, ni lo salva. La cruz quita a Adán y nos reconcilia a ustedes y a mí con Dios en un Nuevo Hombre. Estamos reconciliados con Dios porque hemos nacido de un nuevo género, de arriba; porque las cosas viejas fueron quitadas y vinieron las nuevas. ¿Lo ven? No hay arreglo para el mundo adámico, no es eso lo que la cruz hace en lo que a Dios respecta. Dios no envió a Su Hijo a arreglar a Adán, sino a ser el juicio de Adán, a fin de que podamos hallar una nueva vida, como una nueva creación en un nuevo pacto.
Por esta razón, sólo Cristo fue resucitado. En lo que respecta al género adámico, fue juzgado para siempre y no puede acercarse a Dios. La única manera en que alguien como ustedes y yo podemos acercarnos a Dios, es al hallar en la cruz el final del hombre adámico y el camino para que nuestras almas participen de un hombre totalmente nuevo, de un nuevo género, de una nueva semilla. La cruz fue la gran división de Dios, fue la separación entre Adán y Cristo. Y aunque los dos pueden aparecer mezclados en nuestra mente no renovada, están perfectamente separados en la mente de Dios. Y aunque nosotros seguimos despojándonos de uno y revistiéndonos de otro como un asunto de experiencia práctica, para Dios están separados tanto como lo está el este del oeste.
Lo crean o no, estas son noticias absolutamente maravillosas. Juzgarnos y separarnos de Él en la cruz de Jesucristo, es lo más grande que Dios alguna vez ha hecho por nosotros. Sé que en la oscuridad de nuestra mente carnal eso parece no tener sentido, pero de verdad, concedernos en Su Hijo una muerte y un juicio que tiene una puerta ligada a ellos, es lo más amable que Dios pudo haber hecho por nosotros. Nos concedió una separación que se volvió el final de Su relación con nosotros en la carne, para que al mismo tiempo eso pudiera ser el inicio de Su relación con nosotros en el Espíritu. Nos otorgó una división que finaliza Su relación con nosotros por la Ley, para poder relacionarse con nosotros como partícipes de Su vida. Finalizó Su relación con nosotros en la tierra, para ahora poder relacionarse con nosotros en los cielos.
Esta separación son buenas noticias, esta separación es el amor de Dios, porque en el juicio del mundo, Él simultáneamente le ofrece salvación. Al quitar al mundo, también crea un camino para a traerlo a Sí. El profeta Oseas habló de esto cientos de años antes de que Dios lo consumara.
Oseas 5:14 dice:
“Porque yo seré como león a Efraín [dice el Señor], y como cachorro de león a la casa de Judá; yo, yo arrebataré, y me iré; tomaré, y no habrá quien liberte”.
Oseas 6:1-2 dice:
“Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él”.
Él nos arrebata y se va. Él toma a Adán y no hay quien lo rescate; sin embargo, hay una puerta abierta. Podemos decir, vengan, regresemos al Señor, Él nos arrebata, pero nos cura; nos ha quitado, y sin embargo, al tercer día podemos resucitar y vivir delante de Él. ¡Qué profecía! ¡Qué perspectiva de nuestra salvación! Todo inicia al entender lo que Dios ha echado de delante de Su vista, a través de la muerte de Jesucristo.
Estoy tratando de ayudarnos a comprender que la muerte de Cristo es mucho más de lo que hemos pensado. No es sólo algo que Él hizo, sino algo que terminó. Si empezamos a entender la cruz como el FINAL esencial del hombre adámico, como el final del Antiguo Pacto que Dios tenía con Israel y como el final del propósito de Dios para la antigua creación... entonces ESA muerte obrando en nosotros empieza a tener MUCHO significado. Es tener una muerte obrando en nuestra alma como el final del pecado, de Adán, de las sombras del Antiguo Pacto, de la religión, de la relación, de la conexión del alma con el ámbito natural...es tener una muerte que empezamos a ver necesario llevar.
Sí, es más grande incluso, que el final de la relación de Dios con el hombre adámico. Es también el final del Antiguo Pacto, porque en la venida del Señor Jesucristo éste fue cumplido. No tengo tiempo para explicar el Antiguo Pacto ahora, pero por el momento será suficiente decir que dicho pacto era la relación que Dios tenía con Israel, en la que Él trató con ellos en los tipos y sombras que apuntaban al Espíritu y Verdad. Él se relacionó con ellos en la sangre natural, los sumos sacerdotes, fiestas, ofrendas, reinos; todo ello hablaba más allá de sí, realidades espirituales que son “sí y amén” en Cristo. EN la muerte de Cristo vino el final de ese pacto... a pesar de que continúa en nuestros corazones por causa de los malos entendidos. La cruz lo finalizó, no porque Dios cambiara Su mente, sino porque cumplió lo que siempre había visto en Su mente.
Luego está la antigua creación, la creación natural. Aunque Dios no destruyó literalmente la tierra en la cruz de Cristo, levantó un pueblo fuera de ella, dándole vida juntamente con Él, resucitándolo y sentándolo con Cristo en los cielos. Los que morimos con Él somos resucitados con Él, y crecer en Cristo es crecer en la experiencia de dónde estamos ahora y qué es verdad en Él. Nuestros cuerpos permanecen en la tierra hasta que mueran; nuestras almas, a partir del nuevo nacimiento, permanecen en Cristo en el cielo.
Todas estas cosas y más, vinieron a un chirriante alto en la cruz. De nuevo, no pararon en la tierra, pararon en lo que a la relación que tenían con Dios se refiere. Tienen que oír esto: Adán vive en la tierra, pero Adán no vive en Cristo. El Antiguo Pacto puede continuar en la oscurecida mente no renovada del hombre, pero el Antiguo Pacto no ha venido en Espíritu y Verdad en Cristo. La Antigua Creación está ahí cuando se abren los ojos en la mañana, pero la Antigua Creación no está ahí cuando el Espíritu de Dios abre los ojos del corazón y muestra lo que es ahora en Cristo.
Todas estas cosas fueron “terminadas” en la cruz. Todas estas cosas fueron quitadas en Su muerte. Estas cosas son las que PRECISAMENTE empiezan a ser sacadas de nuestros corazones conforme llevamos en nosotros mismos la muerte del Señor Jesucristo. Dije todo esto para colocarnos en posición de entender NUESTRA experiencia de la muerte de Cristo. Si no entendemos que la cruz es nuestro viaje hacia la plenitud, ni siquiera lo empezaremos. Si no entendemos que la cruz es el final del viejo hombre, del antiguo pacto y de la primera creación, entonces no encararemos el final de dichas cosas en nuestra alma.
Como ya hemos dicho, cuando la Biblia habla acerca del morir diariamente, cuando habla de llevar la cruz o de ser conformados a Su muerte... no está hablando de lecciones que aprendemos a través de las dificultades, o para convencernos a nosotros mismos de que estamos muertos. Está hablando de nuestra alma llevando en sí misma, realmente, la muerte que Jesús murió al pecado. Está hablando acerca de nuestra alma siendo realmente transformada a Su muerte, donde lo que Él finalizó encuentra su fin en nosotros. Está hablando de la muerte de Jesús al viejo hombre, pacto y creación; de la muerte real, literalmente despertando en nosotros, debido a que Cristo es nuestra vida. ESTA es la razón por la que tiene que ser Su muerte y no la nuestra. Sólo Su muerte cumple estas cosas, sólo siendo conformados a Su muerte, se cumplirán esas cosas en nosotros.
Incluso si esto continúa sonando confuso para nosotros, no debemos abaratar Su cruz al asumir que es menos de lo que es. ¡Es un final cataclísmico! Es un final que Él ha llevado en Sí mismo mucho antes de que se convirtiera en nuestra vida.
Entonces, puesto que Él es libre del pecado, cuando sea revelado en nosotros conoceremos esa libertad. Puesto que Él es libre de Adán, cuando sea revelado en nosotros diremos con Pablo:
“Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14).
La muerte que obra en nosotros es un final MUY específico. Fue designado por el Padre y completado por el Hijo, y es revelado por el Espíritu. No es el final del fumado, o de gritarles a los hijos. Puede que obre en ustedes esos finales, pero es definido y entendido por la muerte que Cristo murió. Obrará en nosotros de acuerdo a lo que Él ha realizado.
Déjenme tratar de resumir brevemente lo que he dicho en esta lección. Jesucristo ha muerto al pecado, al viejo hombre, al antiguo pacto y a la primera creación; llevó todo a un gran final. Él no finalizó la existencia de eso; lo juzgó y terminó la relación que tenía con Dios. Luego, Cristo se levantó de lo muertos, se separó a Sí mismo del mundo adámico en Su ascensión y se ofreció como una nueva Vida, un nuevo Pacto y la cabeza de una nueva Creación, de todos aquellos que lo reciban por fe.
No obstante, cuando nacemos del Espíritu, las cosas que están muertas para Dios continúan pareciendo muy vivas para nosotros. Somos ciegos, carnales y no entendemos lo que Dios ha quitado a través de la muerte de Jesucristo, pero conforme Cristo, nuestra vida, es revelado en nosotros, conforme la Luz de Su verdad empieza a mostrarnos la obra consumada de la cruz, todo a lo que murió Cristo, necesariamente empieza a estar muerto para nosotros. Conforme comenzamos a ver con Sus ojos, a conocer con Su mente, a caminar en Su luz, todo lo que la cruz ha quitado de la vista de Dios es quitado de nuestro corazón. Esto es lo que significa ser conformado a Su muerte. Esto es lo que está envuelto en la experiencia de la muerte de la cruz.
Prédicas de Jasón Henderson 4
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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Viviendo Por Fe. ©Siervadelmesías.