En la primera reunión empecé a describir lo que NO significa experimentar la muerte de la cruz. Hay muchas ideas acerca de la cruz en el cuerpo de Cristo. Casi todo cristiano estaría de acuerdo en que la cruz es una realidad muy importante, pero ¿qué entendemos acerca de esta realidad? ¿Qué hemos experimentado verdaderamente de la muerte de la cruz?
Como hay mucha confusión en el cuerpo de Cristo de lo que significa experimentar la muerte de la cruz, primero expliqué que la muerte de Cristo que obra en nosotros, no tiene nada que ver con las circunstancias, situaciones, dificultades o sufrimientos naturales que experimentamos de manera interna o externa. La cruz no tiene nada que ver con que Dios ponga o permita pruebas o tribulaciones en nuestra vida, para tratar de enseñarnos lecciones o de cambiar nuestro comportamiento. Este es, por mucho, el entendimiento más común acerca del cómo obra la cruz, y simplemente no es verdad. Las pruebas y las tribulaciones, los sufrimientos y las dificultades pueden cambiar nuestra mente, pueden cambiar nuestra actitud, incluso pueden cambiar nuestro compartimiento, pero no pueden cambiar nuestra alma.
El apóstol Pablo pasó por muchas pruebas y tribulaciones en su vida, pero él nunca las llamó la muerte de la cruz. Es más, todas ellas le llegaron porque él era un hombre que ya estaba experimentando y proclamando la muerte de la cruz.
Tenemos que comprender que la cruz es el instrumento de Dios para la eliminación absoluta de un tipo de humanidad, y para la transformación del alma dentro de la cual se lleva la gloria del Señor. Nada en el ámbito natural puede lograr esto. Ninguna cantidad de sufrimiento y dificultad humana tiene este efecto. ¿Qué pasaría si yo le mostrara a usted una mesa de cocina hecha de madera y luego le dijera, que usando cualquier tipo de herramienta que quiera (eléctrica o manual), la convirtiera en un elefante vivo? Usted me diría que eso es imposible. ¿Por qué? Porque a pesar del impacto natural de lo que cualquier herramienta puede hacerle a la madera, al final del día la mesa seguiría siendo madera muerta. No hubo cambio en lo que respecta a la sustancia. Si usara lija, quedaría más suave, si usara un serrucho podría cortarla en pequeñas piezas, pero al final del día, aunque hubiera una alteración, no sería una verdadera transformación.
Las circunstancias naturales que le sobrevienen al hombre natural, sólo pueden producir resultados naturales. Dichos resultados pueden ser, según lo consideremos, un desenlace positivo o negativo, pero el Padre conoce la diferencia entre una persona impactada por circunstancias, y el alma de una persona transformada por la muerte, sepultura y resurrección de Su Hijo. Por supuesto, al decir esto no estoy tratando de minimizar las dificultades y el dolor natural. Yo he tenido una buena dosis de dolor en mi vida, y créanme, no fue divertido. Puede que haya sido usado por el Señor para volver mi corazón de la tierra hacia Él, pero la muerte de la cruz sigue siendo diferente a eso.
Y así, después de que la última vez hablé acerca de lo que NO es la cruz, pasé a describir cómo la cruz es tanto una obra de Dios terminada en Cristo, como una experiencia progresiva de nuestro corazón conforme la LUZ nos va mostrando lo que es real. No significa que haya dos cruces diferentes, sino que la única cruz, la que cumplió el eterno propósito de Dios, obra en nuestra alma conforme crecemos para ver por medio del Espíritu, lo que Dios ha consumado.
Inmediatamente después de que nacemos de nuevo, Pablo nos dice que estamos muertos a Adán, muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. No obstante, la EXPERIENCIA de esa muerte, la experiencia, conocimiento y encuentro personal e individual con esa muerte, con ese final, no obra en nosotros, a menos que la obra consumada de Dios se torne real en nuestra alma, por medio de la iluminación de Espíritu de Verdad.
Por tanto, la cruz era y es una gran división. Una división entre Adán y Cristo, lo vivo y lo muerto, lo primero y lo segundo, lo viejo y lo nuevo, las tinieblas y la luz. La cruz es un enorme FINAL. Cuando pensemos en la muerte de la cruz, podría ser de ayuda pensar en la palabra “final”, porque en términos de relación con Dios, la cruz finalizó muchísimas cosas. Vamos a ver que cuando vemos dicho final, cuando reconocemos dicho final, cuando nos volvemos profundamente conscientes de ese final a través de la revelación de Cristo, algo sucede. ¿Qué sucede? Que lo está muerto para Dios, empieza a estar muerto para nosotros. Que lo que Dios ha quitado, empieza a caer lejos de nuestros corazones.
Verán, gran parte de nuestro problema es que no entendemos realmente, el tipo de muerte que necesitamos que obre en nosotros. No entendemos lo que significa morir, o qué necesita morir, o cómo sucede eso. Muy a menudo no comprendemos a qué murió Cristo, ni qué separó Él de Dios. Por lo tanto, no entendemos qué significa que ESA muerte obre en nosotros. Lo primero que quiero comunicar es, que la cruz es tanto una obra finalizada como una experiencia progresiva. Lo segundo es, que la muerte que debe obrar en nosotros es, muy específicamente, la muerte del Señor Jesucristo. Es la muerte que Él murió, el final que Él consumó.
Recuerdo la primera vez que alguien me dijo esto, recuerdo que pensé en mi interior que eso no tenía sentido. ¿Cómo voy a llevar yo la muerte de alguien más? Sabía cuán relevante era la muerte de Cristo para mi salvación, pero ¿cómo podía Su muerte ser relevante para la experiencia de mi corazón? La última vez leímos algunos versículos muy pertinentes. Pablo dice que “nosotros llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús”, que “hemos sido bautizados en Su muerte”, que debemos llegar a conocer la “participación de Sus sufrimientos, ser conformados a Su muerte”. Tiene que ser Su muerte, porque nuestra muerte no nos puede cambiar.
Discúlpenme por la analogía, pero si un doctor lo recostara sobre una mesa y de algún modo lograra terminar con su vida y luego lo resucitara una y otra vez por horas y horas... al final de esa terrible aventura, usted sería exactamente la misma persona que murió la primera vez. La muerte natural no finaliza nada, salvo la vida biológica que anima el cuerpo. Ustedes y yo necesitamos un tipo diferente de muerte, para que algún cambio real nos suceda. ¿Qué tipo de muerte necesitamos? La que nos lleva a una final de lo que somos y donde estamos por naturaleza, y nos libera en algo completamente diferente. Ese es precisamente el tipo de muerte que Dios nos ofrece en Cristo.
Así que, quiero que miremos la muerte del Señor Jesús de nuevo. Quiero que la miremos de tal manera que el Espíritu pueda ayudarnos a entender cómo y por qué SOLO esa muerte es el tipo de muerte que debe obrar en nosotros. Tengo una pregunta: ¿Qué sucedió en la muerte de Jesús en la cruz? ¿Qué tomó lugar? Si yo hiciera esta pregunta, muchos en el cuerpo de Cristo responderían que la cruz es donde nuestros pecados fueron perdonados. Otros podrían decir que la cruz es donde la justicia de Dios fue ejecutada. Sin embargo, la cruz es mucha más grande y más significativa que eso, y nosotros necesitamos entender cuánto. La cruz de Cristo trajo un final decisivo a la relación que Dios tenía con el hombre natural, el Antiguo Pacto y la creación natural. Jesús vino en forma de hombre, pero Él no vino sólo para perdonar pecados; vino para quitar el pecado. ¡Y hay una gran diferencia aquí! Para separar el pecado de Dios, fue necesario que Jesús pusiera a todo el hombre de pecado, la naturaleza de pecado y al mundo de pecado, fuera de la vista de Dios.
Fue así como el vino como el último Adán, como el que pondría a Adán y a su mundo bajo juicio. Él descendió a la tierra para llevar en Sí mismo el final de dicho hombre. No estamos hablando de un final físico, sino de uno judicial. Él tomó sobre Sí al hombre adámico, todo lo que él eran y todo lo que había hecho, y bebió la copa de todo lo que había quedado corto de la gloria de Dios. Él, que no conoció pecado, se tornó pecado en nuestro beneficio. Tomó al mundo adámico entero y puso el hacha a la raíz de ese árbol; lo taló. Lo separó de Su Padre a través de Su muerte. Por esto Jesús clamó a solas en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?”
Prédicas de Jasón Henderson 3
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