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Cuando alguien no está dispuesto a participar como interlocutor en la resolución de un conflicto, se pone en marcha una guerra sorda.
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Hay personas que optan por el mutismo cuando se enfadan o no están de acuerdo con el otro. Se refugian en el silencio y, desde la impasibilidad, observan cómo el otro acaba hablando solo o pidiendo a gritos que le respondan.
“¿Sabe? Si el Señor hubiese intervenido, yo no tendría las crisis que estoy teniendo”.