---
---

Cuando alguien no está dispuesto a participar como interlocutor en la resolución de un conflicto, se pone en marcha una guerra sorda.
*
*
Teresa había optado por el silencio, no quería hablar con Julia de lo ocurrido. Ésta sabía que su amiga, en una reunión de trabajo a la que ella no había podido asistir, la había intentado desacreditar porque aspiraba a ocupar su puesto. Cuando se lo dijeron, no se lo podía creer. Julia fue a conversar con Teresa, para que se explicara, pero ésta se limitó a negarlo y cambió de tema. No quería hablar. Julia le pidió que reflexionara sobre ello y que volvieran a hablar. Nunca lo hicieron. Sin embargo, al poco tiempo se volvió a repetir un ataque.Julia, bastante enfadada, le pidió explicaciones, pero Teresa no contestó. Julia perdió los nervios y comenzó a elevar el tono de voz llamando la atención del resto de los empleados. Entonces, Teresa la miró y dijo: 'Hay que ver cómo te pones. Contigo no se puede hablar'. Julia se quedó paralizada por la rabia y se fue a su despacho.Si algo no podía soportar era que las personas se negaran a hablar cuando había un problema.Hay personas que optan por el mutismo cuando se enfadan o no están de acuerdo con el otro. Se refugian en el silencio y, desde la impasibilidad, observan cómo el otro acaba hablando solo o pidiendo a gritos que le respondan.
Cuando el interlocutor, desesperado, pregunta qué piensa o por qué ha actuado de determinado modo, el silencioso, que suele hacerse la víctima, puede responder: 'Es que yo no puedo hablar con alguien que se pone como tú'. Entonces se hace más patente la agresión que escondía bajo su silencio.
“¿Sabe? Si el Señor hubiese intervenido, yo no tendría las crisis que estoy teniendo”.